Anexo: Un habitante de Carcosa, y otras historias


Reconozco una gran pasión por Carcosa y el ciclo de relatos de El Rey de Amarillo, de Robert W. Chambers, desde que pude leerlos seguidos de una vez en una vieja edición de Teorema que todavía conservo, como oro en paño (de hecho, las conservo todas). Fruto de esa pasión han sido dos artículos y varios relatos que, a grandes rasgos, conforman lo que podríamos llamar mi propio ciclo de Carcosa.
El problema del Rey de Amarillo es que, tal y como comentaba en un artículo anterior, Lovecraft y su círculo se apropiaron de él y lo reformaron (no falta quien opina que lo adulteraron) para que encajase dentro de la particular cosmogonía del genio de Providence. Sin embargo, es dudoso que cuando Chambers escribía sus narraciones, lo hiciese pensando que sólo eran piezas del puzzle que el Maestro urdiría años más tarde. Sus relatos tienen entidad propia, y se sostienen perfectamente al margen de los Mitos de Ctulhu. Yo me cuento entre esos puristas que reniegan de la influencia de Lovecraft (y sobre todo, de Derleth) y en mis pastiches siempre he intentado ceñirme al espíritu original de la obra, que ya de por sí es muy esquivo, puesto que Chambers prefería sugerir que mostrar, o excitar la imaginación del lector antes que dar prolijas explicaciones.
Mi primera aproximación al universo de Chambers fue un relato titulado "Juego de Máscaras", ambientado en Carcosa y protagonizado por Ythill, un personaje que aparece mencionado en El rey de Amarillo, aunque no está claro si es una persona o una ciudad. En mi historia, Ythill es un antiguo siervo del Rey, también conocido como el Fantasma Pálido, o el Espectro de la Verdad, aunque hace tiempo que ha dejado atrás esa faceta de su vida y sobrevive en Carcosa como puede. El relato es algo fuerte y contiene elevadas dosis de sexo y violencia, por lo que aun no lo he publicado en el blog, aunque hay algunas personas que si lo han leido y opinado sobre él. Si está disponible su secuela ("Retorno a Carcosa", Sep. de 2015), donde el mismo Ythill termina de atar algunos cabos sueltos, y esta previsto que el personaje reaparezca en dos nuevas historias: "La intersección Kerenski" (muy avanzada) y la 4ª y definitiva "El Nuevo Orden", que vendría a cerrar, de momento, el ciclo de Carcosa.
Al margen, he escrito algunas historias ambientadas en nuestra realidad en las que intentaba reflejar el espíritu de Chambers, y mostrar como Carcosa y el Signo Amarillo pueden irrumpir aquí y alterar nuestra vida cotidiana: "Bajo el Signo Amarillo (Una tragedia en tres actos)", de Octubre de 2014; y el reciente "Diario de Carcosa", que tiene a su vez una secuela o trama paralela llamada "Demonológica" un tanto polémica, como "Juego de máscaras", por lo que no tengo claro si publicarla en el blog o no.
Como decía, Chambers fue deliberadamente ambiguo con la naturaleza de Carcosa, lo que ha permitido que otros autores pongan su propio gran de arena a la hora de abordar el tema .A este respecto, mi relato favorito ajeno a Chambers (aunque inspirado en su obra) es, sin duda, "El rio de la ensoñación nocturna" de Karl Edward Wagner, sin despreciar los empeños de gente de tanta valía como James Blish o Lin Carter. En ese sentido, para mi, Carcosa no es un lugar convencional, sino más bien un nexo de realidades. Uno de esos puntos del universo en los que los límites entre lo real y lo imaginario se vuelven más difusos. De hecho (siempre según mi humilde opinión), no hay una Carcosa en concreto, sino tantas como visitantes o espectadores posibles, tal y como le sugiere Janos a Andrea, lo que explica las diferentes versiones de Bierce, Chambers, Lovecraft, Derleth, Blish, Carter o Wagner, entre otros. Personalmente, yo veo a Carcosa como una estación de tránsito, compuesta por barrios o anillos de diferentes épocas y estilos arquitectónicos, donde la magia predomina sobre la ciencia, y las leyes de la Física no funcionan según el sentido que se espera de ellas. Esa es, insisto, mi humilde opinión y, mientras Chambers no salga de su tumba para desautorizarme, me parece tan plausible y posible como cualquiera de las otras que aquí hemos comentado.
Hoy día una nueva generación de escritores está redescubriendo la fascinación por Chambers, Carcosa y el Signo Amarillo, desde Nic Pizzolato (True Detective) a Alan Moore (El Neonomicon) pasando por Richard A. Lupoff (El libro de Lovecraft). Y es que la magia de la obra de Chambers consiste precisamente en que es atemporal, y que cualquiera con un mínimo de talento (y respeto por el original) puede añadir nuevas piezas al puzle para enriquecer la cosmogonia del Rey de Amarillo, ese personaje fantástico al que han servido Emperadores y cuyos festoneados ropajes deberán ocultar Ythill para siempre, sea quién sea este. En cuanto a mí, creo que he dicho todo cuanto tenía que decir, pero ¿quién sabe? Yo también he visto al Rey de Amarillo, y me ha arrebatado el poder de controlar mis sueños, así que todo es posible...... De momento, aquí les dejo un adelanto de "Demonológica", la secuela de este Diario, que espero ver algún día también publicada en este blog:

(...) Fue una voz la que me trajo de vuelta. Una voz, y una molesta sensación de movimiento que resultó ser un pie incrustándose en mis costillas, más bien con poca delicadeza, mientras su propietaria se inclinaba sobre mí para preguntarme:
- ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado?
La voz no me era familiar, pero el rostro sí. Era ella. La chica de la cafetería y del parque. El clon juvenil de Miriam Levine. Me observaba con recelo, guardando las distancias, como si no tuviese claro si yo era una persona en apuros o una amenaza en potencia. Iba vestida con el uniforme de uno de esos colegios privados exclusivos de la zona alta, parcialmente cubierto por un abrigo azul oscuro de corte marinero. En los pies, en vez del calzado correspondiente al uniforme, llevaba unas botas de ante forradas de piel que dejaban sus piernas a la vista. Tenía unas piernas perfectas, delgadas pero atléticas y muy bien torneadas, que había usado para darme la vuelta y dejarme tumbado boca arriba sin apenas tocarme, en un gesto cargado de solidaridad y desprecio a partes iguales, y que en otras circunstancias me hubiese parecido ofensivo. Sin embargo, ahora estaba demasiado ocupado intentando poner en orden mis pensamientos así como en comprobar si me habían robado algo. La mochila y su contenido parecían estar intactos aunque, al repasar los bolsillos de la cazadora, descubrí que me faltaba la cartera. Quién sabe, puede que después de todo, la agresión fuese un simple robo y no tuviese nada que ver con lo que me había llevado hasta aquella zona de la ciudad.
- ¿Has visto a alguien más por aquí?
- ¿Alguien? ¿Cómo quién?
- No sé. A cualquiera que te haya parecido sospechoso.
- ¿Aparte de ti? No - me respondió. Estaba claro que mi interlocutora era la simpatía en persona. En otras circunstancias hubiese disfrutado mucho con nuestro pequeño duelo de ingenio verbal, pero no ahora, recién desvalijado y con aquel persistente dolor de cabeza taladrándome las sienes.
- ¿Sabes que eres la viva imagen de una actriz de Hollywood de los años treinta?
- ¿En serio? ¿Qué pasa, que esa es ahora la frase de moda entre los pervertidos para entrarle a las menores de edad?
Por toda respuesta, le acerqué mi móvil después de abrir en pantalla una de las imágenes de Miriam Levine que tenía guardadas en la tarjeta externa.
- Vaya - musitó, al cabo de varios segundos -. Mira por donde, va a ser verdad eso de que todos tenemos un doble. ¿Ha rodado algo que merezca la pena?
- En realidad, no. Murió antes de hacerse famosa.
- ¿De qué murió?
- La mataron de una paliza, después de drogarla y violarla. O al menos, creo que ese fue el orden aproximado de las cosas. No estoy seguro.
- ¡Qué forma más horrible de morir! - dijo, aunque no parecía especialmente impresionada.
- Supongo que sí - me solidaricé. Pero mis palabras, lejos de quitarle hierro al asunto, solo sirvieron para enojarla aun más.
- ¿Sólo lo supones? Tío, estás fatal. Necesitas que te examinen a fondo la cabeza, pero no sólo por el golpe - exclamó, de la que me devolvía el móvil con un gesto brusco, como si tuviese miedo de contagiarse de mi estupidez sólo con tocarlo.
Antes de que pudiese darle explicaciones o, al menos, ofrecerle mis disculpas, la joven dio media vuelta y echó a caminar, alejándose de mí con tanta energía que su falda revoloteó alrededor de su cintura durante un segundo de más, ofreciéndome así un fugaz (aunque revelador) vistazo de su ropa interior.
- ¡Espera! - grité, antes de perderla de vista -. ¿Cómo te llamas?
- Ni en tus mejores sueños, pendejo - me contestó, sin aflojar el paso lo más mínimo. Para cuando pude ponerme en pie, recoger mis cosas y echar a correr tras ella, ya había doblado la esquina. Apenas habrían pasado más de una docena de segundos cuando yo hice lo mismo, y ya había desaparecido sin dejar ni rastro. Era imposible y, sin embargo, así era. Maldije por lo bajo. Tenía la sospecha de que en nuestros continuos encuentros había algo más que simple casualidad, al igual que en su más que evidente parecido con Levine. Pero las explicaciones, por lo visto, tendrían que esperar. Entretanto, decidí regresar al callejón a ver si localizaba mi cartera, pero justo en ese momento el móvil sonó para avisarme de que tenía un nuevo mensaje. Contra todo pronóstico, Van Der Weyden había aceptado reunirse conmigo y me esperaba al día siguiente en su sancta sanctorum.

¿FIN?

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato (y su precuela) son propiedad de su autor, y han sido registrados en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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