Una noche en el Gehenna /03


- Vale, tú ganas - claudicó Ruthven -. Es sólo que no veo por qué tengo que volver a contarte lo que tú ya sabes.
- La magia tiene sus reglas, y la videncia también. Digamos que hay varios futuros posibles, y hasta que tú empieces a hablar, no se concretará ninguno de ellos. Como tu gato de Schrödinger.
- Touché - dijo él, volviendo a extraer del bolsillo la foto de Alain y su pareja sentimental -. Puede que los hayas visto por aquí. Han robado un documento especialmente sensible de la biblioteca y sé que han quedado esta noche en el Gehenna para venderlo y cerrar el acuerdo con el comprador.
- Supongo que cuando dices "sensible" te refieres a potencialmente peligroso.
- Mucho. No imaginas cuanto.
- La verdad, no entiendo por qué os tomáis tantas molestias en Miskatonic, con lo fácil que es entrar ahí y llevarse cualquier ejemplar de recuerdo. Para el caso, lo mismo daría que dejaseis todas las puertas abiertas y las cámaras de seguridad desconectadas.
- No es tan fácil como crees. Este ha sido un golpe desde dentro.
- Como en el caso de Randall. Tal vez deberías de empezar a escoger mejor a tus ayudantes.
- Tal vez. ¿Vas a ayudarme, o prefieres seguir clavándome puñales por la espalda?
- Puedo ayudarte... con una condición.
- ¿Cuál?
- Qué me dejes echarle un vistazo a tu futuro.
- Venga ya - rechazó Ruthven, a la vez que hacia un amago de levantarse.
- ¿Qué problema hay? ¿Ya no es tan importante recuperar ese libro, o es que tienes más miedo de lo que pueda ver en tu futuro?
- Sabes que yo no creo en esas cosas.
- Entonces ¿qué haces aquí hablando conmigo? ¿Crees que soy algo así como un servicio técnico, al que sólo recurres cuando tienes alguna clase de problema y después, gracias y adiós muy buenas? Ya sabes cuál es mi precio. O lo tomas, o lo dejas.
El bibliotecario permaneció en pie varios segundos, indeciso entre la compulsión por marcharse y la necesidad de información. Por fin, acabó por ceder y se acomodó de nuevo en el sofá.
- Está bien. ¿Qué puedes contarme?
- Están aquí, pero no te será fácil llegar hasta ellos. Ahora mismo se encuentran en la zona de acceso restringido, reservada sólo para gente que viene a hacer cualquier clase de trato o negocio al margen de los canales habituales.
- ¿Quién es el comprador?
- Un tipo llamado Maal, con doble a entre la eme y la ele. No es de por aquí, pero tiene cierta reputación entre los círculos de aficionados al coleccionismo esotérico.
- ¿Qué clase de reputación?
- De la que no conviene frecuentar mucho. No sé si me explico.
- Perfectamente. Muchas gracias. Te debo una.
- No tan deprisa, correcaminos. Tenemos un trato, ¿recuerdas?
- ¿En serio? ¿Se puede saber por qué te interesa tanto mi futuro?
- Podría decirte que es sólo curiosidad morbosa, pero mentiría. Lo cierto es que no quiero preocuparte antes de tiempo, y me gustaría asegurarme antes de contarte lo que he visto.
- Pues lo estás haciendo genial. Lo de no preocuparme, quiero decir. Muy bien, ¿qué es lo que se supone que tengo que hacer?
- Tú nada. Déjame tu bebida - repuso Cassandra, cogiendo el Sangre de Dragón de manos de Ruthven y derramando parte del líquido sobre la superficie de la mesa, tras lo cual comenzó a trazar en la misma diversos signos que recordaban vagamente al antiguo alfabeto griego.
- Para empezar, hoy estás condenado al fracaso - empezó a recitar la chica -. Hagas lo que hagas, te vas a ir de aquí con las manos vacías; pero si sigues adelante, el destino se torcerá y algunas personas morirán antes de tiempo.
- ¿Quienes?
- No está claro, pero tú no eres ninguna de ellas. De todas formas, hoy sólo puedes perder el tiempo, así que yo en tu lugar me iría ya y nos evitaría unos cuantos problemas a todos.
- Supongamos que sigo adelante.
- Muy bien - aceptó Cassandra, con un suspiro de resignación -. En ese caso, en un futuro cercano te veo en una extraña ciudad fuera del tiempo y del espacio, que se alza bajo un cielo poblado de estrellas negras, a orillas de un lago cubierto por la niebla en cuyas aguas se agitan criaturas más viejas que el universo mismo. Veo un palacio de cristal y acero en medio de una encrucijada que se extiende hasta el infinito. Y te veo a ti, acosado por una manada de depredadores que se mueven de forma extraña. Como si saltasen a través del espacio usando formas geométricas como portales. No puedo ser más precisa.
- Mmm. Supongo que no estás hablando de Jersey.
- Carcosa - musitó la chica, en voz tan baja que Ruthven, más que oírla, tuvo que leérselo en los labios.
- De todos los malditos rincones del universo - suspiró a su vez el bibliotecario.
- Hay más - añadió su anfitriona, sin dejar de escribir con el dedo lo que parecía un triángulo agudo al que le faltase la hipotenusa -. Rubia, ojos azules, de unos veintiséis años, pelo corto, delgada pero de complexión atlética, un metro sesenta y seis de estatura... ¿te dice algo?
- ¿Debería?
- Aun no, pero si sigues adelante, estás predestinado a cruzarte con ella. De hecho, vuestros destinos se entrelazan mucho más de lo que sería un mero encuentro casual. Ella tampoco lo sabe y, sin embargo... de alguna forma, te está esperando. Es como si... como si el universo se estuviese realineando para que vuestras dos trayectorias converjan, sea cual sea el curso que tomen los acontecimientos.
- ¿Tiene algo que ver con todo esto?
- No estoy segura. Sólo sé que vuestro encuentro está predeterminado, a menos que te olvides de todo y te vuelvas a tu casa ahora mismo.
- Va a ser que no - replicó Ruthven, incorporándose -. Yo decido mi propio destino.
- Sabes que eso es una estupidez, o ninguno de los dos estaríamos aquí esta noche.
- No he llegado hasta aquí para dar media vuelta, como si tal cosa. Al menos tengo que intentarlo.
- Siempre es igual - se quejó la joven -. Venís a que os lea el futuro y, cuando lo que digo no es de vuestro agrado, os enfadáis y me salís con esa frase hecha de que todos decidimos nuestro propio destino, y de que nada está escrito aun, y bla, bla, bla. Pero el destino es inexorable, amigo mío, y no admite trampas, atajos ni rodeos.
- Ya veremos. Muchas gracias por todo - dijo Ruthven, a modo de despedida, para añadir al cado de varios segundos -: Y cuídate.
- Lo mismo te digo - le correspondió Cassandra, apurando lo que quedaba del Sangre de Dragón. Justo antes de alejarse, Ruthven se dio cuenta de que dependiendo del punto de vista, el ángulo agudo podía leerse como una ele mayúscula. ¿Linda? ¿Laura? ¿Lori? Daba igual. Lo primero era lo primero, y ahora mismo lo primero era recuperar ese manuscrito antes de que cambiase de manos. Ya se preocuparía por L (quien quiera que fuese) cuando llegase el momento, si es que este finalmente llegaba.

(Continuará)
 
© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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