Mad Max Saga

Max y el mítico Interceptor V8
La historia de Max Rockatansky, más conocida popularmente como Mad Max, se ha convertido por méritos propios en una de las sagas cinematográficas más interesantes y populares de las últimas décadas, sobreviviendo incluso a la moda de cine catastrofista que la vio nacer. Rodado en 1979, el primer Mad Max era un filme de acción ambientado en un futuro indeterminado (aunque cercano) en el que la sociedad se estaba degradando a causa de la crisis económica y la escasez de combustible. En este futuro distópico, el personal de la MFP es la última defensa contra las bandas de motoristas que pululan a su antojo, cometiendo toda clase de robos y agresiones. Uno de los agentes (Max) se convertirá en objetivo de una de estas bandas al provocar la muerte de uno de sus miembros, el Jinete Nocturno.
Los motoristas persiguen a Max y su familia hiriendo al agente, matando a su hijo pequeño y dejando moribunda a su esposa. Decidido a vengarse, Max roba un modelo especial de Interceptor V8 del garaje de la MFP y va dando caza a los motoristas, uno tras uno, hasta acabar con todos ellos, tras lo cual el protagonista se aleja, caminando por la carretera, como Shane al final de Raíces profundas. La comparación no es superflua, ya que Mad Max es una acertada mezcla entre ciencia-ficción, road movie y western crepuscular que bebe un poco de todos los géneros sin decantarse abiertamente por ninguno. Miller (productor, director y coguionista) rodó la película con un presupuesto más que justo, apretado, pese a lo cual hizo de la necesidad virtud extrayendo el máximo partido de los escenarios y paisajes, las persecuciones, los vehículos, y el talento de los actores protagonistas, entre los que destaca un joven (aunque ya prometedor) Mel Gibson.

Gibson, en su mejor momento
El éxito de la primera entrega hizo que casi seguida se rodase una secuela, Mad Max: El guerrero de la carretera (1981), que tenía lugar poco después de la anterior, aunque con notables diferencias. Entre ambas, ha tenido lugar una guerra nuclear y los escasos supervivientes del desastre sobreviven como pueden, las más de las veces depredando a otros menos afortunados que ellos. Un avejentado Max continua viajando a través del desierto en su V8, aunque el combustible es cada vez más escaso, por lo que llega a un acuerdo con unos colonos que controlan un yacimiento petrolífero: ayudarles a escapar del cerco del Señor de la Guerra Humungus - El guerrero de las tierras baldías y el Ayatolá del desierto - y sus hombres, a cambio de que le proporcionen gasolina y suministros suficientes para proseguir su camino. También cambia el aspecto de los villanos, que de un look motero pasan a lucir una estética a medio camino entre el punk y el leather sadomaso, mientras que los colonos visten de forma más sencilla y funcional, alternando el blanco con toda la gama de marrones. Para el recuerdo quedan escenas inolvidables como la del boomerang-cuchilla, o la persecución final que el propio Miller re-versionaría en Mad Max: Fury Road (2014).

Más allá de la Cúpula del Trueno
Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno (1985) supone la comercialización del mito. A medida que Mel Gibson (y el propio Miller) se van convirtiendo en estrellas, la saga de Mad Max se vuelve más políticamente correcta y el personaje adopta un rol más similar al de los antihéroes clásicos: duro, pero en el fondo de buen corazón. Rodada con mayor presupuesto, y un reparto más conocido, entre el que destaca por méritos propios una deslumbrante Tina Turner, esta tercera entrega bebe de las dos anteriores, canibalizando hasta cierto punto escenas y personajes, a la vez que el personaje de Max se redime (o alcanza cierta paz interior) al ayudar a un grupo de niños y adolescentes que han sobrevivido al holocausto aislados del resto del mundo, como los Jóvenes Perdidos de Nunca Jamás en el relato de James Barrie. A esta película corresponde la célebre escena de la lucha en la cúpula del trueno acompañada de su incesante letanía (“Entran dos y sale uno”), además de una cuidada banda sonora que incluye hits como “We don´t need another hero”, interpretado por la propia Tina Turner. Curiosamente, Miller tardaría treinta años en retomar las aventuras del personaje, y de la mano de otro actor completamente distinto, como es Tom Hardy. En el ínterin, el cineasta rodó otras películas como Las brujas de Eastwick (1987), El aceite de la vida (1992) o su finalmente descartado proyecto cinematográfico sobre la JLA. Sin embargo, Miller sentía que aun quedaban cosas por contar sobre Max y su mundo, aunque la idea del holocausto nuclear ya estuviese un tanto pasada de moda.

Tom Hardy, el Mad Max del nuevo milenio
Lo que se podría interpretar como una apuesta sobre seguro de un cineasta que apelaba a la nostalgia de los fans para embolsarse unos cuantos miles de dólares a base de repetirse a sí mismo, devino en una espectacular cuarta entrega que no sólo regresa a las raíces del personaje, sino que nos devuelve al Miller más arriesgado y experimental, hasta convertirse en una de las películas revelación del 2015. Javier Riva, mucho más experto que yo en estas lides, considera que Miller es uno de esos narradores natos que sabe cómo colocar la cámara en el lugar y momento justos para lograr la secuencia perfecta, algo que se nota sobre todo en las escenas de acción, y un servidor no puede estar más de acuerdo con sus palabras. Lejos de acomodarse, Miller rueda una historia frenética, una persecución de casi dos horas y media, repleta de personajes memorables, algunos de los cuales (como esa Imperator Furiosa bellamente encarnada por Charlize Theron) llegan a robarle protagonismo al propio Max que, de la mano de Tom Hardy, se nos muestra más egoísta, duro y canalla que nunca. El éxito de ambos, Miller y Hardy, ha propiciado que ambos repitan en una nueva entrega, aun en preparación, que de momento lleva el título provisional de Mad Max: The Wasteland. ¿Será esta la película que ponga punto y final a las aventuras del personaje? Tom Hardy ha demostrado que hay vida después de Mel Gibson, al menos mientras Miller esté detrás de la cámara. La auténtica prueba de fuego vendrá cuando otro cineasta intente tomar el relevo, o cuando algún estudio quiera resetear a Max Rockatansky, actualizando su origen y cambiando (tal vez de forma innecesaria) algunos detalles de su pasado que ya no les dicen nada a las nuevas generaciones, que no han conocido la Guerra Fría ni han vivido con el temor a una guerra nuclear que arrase el mundo hasta dejarlo reducido a un montón de escombros. Los temores del inconsciente colectivo del siglo XXI van por otro lado (el terrorismo internacional, epidemias, catástrofes naturales, etc.) y frente a ello el personaje de Miller puede resultar un poco anticuado y fuera de lugar, aunque siempre tendrá un rincón especial en la mente (y en los corazones) de todos/as los que crecimos viendo la saga original, entrega a entrega. Max no será James Bond o el Pistolero de Stephen King, pero tampoco es menos que ellos.
Así que hasta pronto, Max, y nos vemos de vuelta en las Tierras Baldías.

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